Uno
de cada cinco españoles vive con ingresos situados por debajo del
umbral de pobreza relativa. Ocho millones y medio de pobres en una
nación como la nuestra es una realidad política y
moralmente inadmisible. Una renta mínima de ciudadanía, garantizada por el
Estado, acabaría con esta situación, y su coste sería sensiblemente
inferior al que ha significado salir al rescate de los banqueros
causantes de la crisis.
CIVE PÉREZ
La pobreza estructural en la que vive un 20% de la población española no es producto de la crisis actual desencadenada por la delincuencia financiera internacional. Sino que viene de lejos. El informe sobre Condiciones de vida de la población pobre en España, publicado en 1998 por la Fundación Foessa, vinculada a Cáritas Española, puso de relieve esa sangrante realidad sobre la que los políticos y los agentes sociales pasan de puntillas procurando mirar hacia otro lado. En octubre de 2008, apareció el VI Informe sobre exclusión y desarrollo social en España de la citada fundación. La principal conclusión del documento es que el incremento de la actividad económica, reflejado en el espectacular crecimiento del Producto Interior Bruto durante los últimos diez años, no ha tenido apenas efecto sobre la redistribución de la riqueza ni en la mitigación de la pobreza.
Las
cifras son coincidentes con las que anualmente publica la Encuesta de
Condiciones de Vida (ECV) elaborada por el INE. Lo que demuestra que en
nuestro país la pobreza convive también con esas épocas doradas de
plétora económica y derroche consumista. Al fin y al cabo, alguien tenía
que pagar esos Porsches Cayennes a bordo de los cuales se pasean los
especuladores. Como apuntó Adam Smith, el profeta del liberalismo:
“Cuando hay grandes propiedades hay grandes desigualdades. Por cada
hombre muy rico debe haber al menos quinientos pobres” (Una Investigación sobre la Riqueza de las Naciones).
Thomas Paine, un temprano defensor de los derechos humanos, también rechazó
con contundencia que la pobreza sea una cualidad inherente a la
condición natural del ser humano. Escritor y activista revolucionario
que jugó un destacado papel en el proceso de independencia de los
Estados Unidos de América del Norte, en 1776, Paine afirmó que: “Si ese
estado que se llama orgullosamente, quizá de modo erróneo, civilización
ha promovido más la felicidad general del hombre o la ha dañado más es
una cuestión que puede ser fuertemente contestada. […]. Lo más opulento y
lo más miserable de la especie humana se encontrarán en los países que
se llaman civilizados”.
Pobres por decreto
Como
demuestra el panorama de la civilizada España actual, la pobreza no
depende tanto del tamaño de la riqueza de una nación como del carácter
de las opciones políticas que adopten sus gobiernos. Con el mismo
presupuesto se puede elegir entre comprar cañones o mantequilla. Gran
parte de los ocho millones y medio de pobres españoles lo son por decreto. Y esta afirmación no es mera retórica: se trata de personas que dependen de ingresos cuya cuantía ha sido deliberadamente
establecida por debajo del umbral de pobreza por los políticos rectores
del sistema de protección social. La acción de gobierno se sustancia a
través de decretos. De manera que es por decreto como se establece la pobreza de millones de jubilados que reciben pensiones
mínimas, de los perceptores de pensiones asistenciales y de quienes
reciben prestaciones del subsidio por desempleo. Todos ellos son pobres
en virtud de Reales Decretos-Leyes sancionados por el Jefe del Estado.
Algo
parecido sucede con esas rentas de indigencia que los servicios
sociales de las administraciones autonómicas facilitan a las personas
que acreditan hallarse en situación de evidente pobreza. Prestaciones de
cuantía asimismo por debajo del umbral de pobreza. Para tener derecho a
ellas, los interesados, al igual que los antiguos pobres de solemnidad,
deben acreditar su pobreza sometiéndose a las severas y a menudo
humillantes inspecciones que efectúan dichos servicios. Si superan lo
que en el argot administrativo asistencial se conoce como prueba de
recursos (means test) obtendrán entonces alguna de esas ayudas.
Concedidas, eso sí, bajo ese principio de la hipocresía política que
persigue la “inserción social” de los afectados.
Hacia un Ingreso de Ciudadanía
Un genuino ciudadano no necesita ser insertado
en ningún lugar, pues, por propio derecho, forma parte del cuerpo
social en el que reside la soberanía. Por ello, en el pensamiento
político avanzado cobra cada vez mayor fuerza la propuesta de establecer
un ingreso de ciudadanía. O lo que es lo mismo: una renta pagada por el
Gobierno, con carácter universal, que ofrezca a todas las personas la
garantía de que no les ha de faltar un suelo material mínimo sobre el
que construir una vida en libertad.
La
primera formulación de este derecho se la debemos al mentado Thomas Paine, quien propuso crear un fondo nacional, del cual se pagaría a cada
persona, al alcanzar la edad de veintiún años, “la suma de quince
libras esterlinas, como compensación parcial por la pérdida de su
herencia natural causada por la introducción del sistema de propiedad
territorial. Y además, la suma de diez libras al año, de por vida, a
cada persona actualmente viva de cincuenta años de edad, y a todos los
demás cuando alcancen esa edad.” Nótese que el ingreso propuesto por el
republicano Paine tiene un carácter de derecho civil, nada que ver con
un socorro de pobres: “Al defender el caso de las personas así
desposeídas —dice Paine— estoy haciendo un alegato por un derecho, y no
por una caridad”.
Esta
idea ha sido defendida posteriormente por eximias personalidades del
mundo de la ciencia, como Norbert Wiener o J. Robert Oppenheimer, de la economía y de las letras.
A partir de 1985, la idea fue relanzada con fuerza desde la Universidad de Lovaina por el colectivo Charles Fourier, liderado por Philippe Van Parijs y Robert Van der Veen. Este grupo fue el precursor del actual movimiento internacional Basic Income Earth Network (BIEN) que aboga por el establecimiento del ingreso garantizado definido como: Un ingreso pagado por el Estado a cada miembro pleno de la sociedad de forma absolutamente incondicional. Lo que que implica que lo recibirá cada persona: a) incluso si no quiere trabajar; b) sin tener en cuenta si es rico o pobre; c) sin importar con quien vive; d) con independencia de la parte del país en la que viva.
A partir de 1985, la idea fue relanzada con fuerza desde la Universidad de Lovaina por el colectivo Charles Fourier, liderado por Philippe Van Parijs y Robert Van der Veen. Este grupo fue el precursor del actual movimiento internacional Basic Income Earth Network (BIEN) que aboga por el establecimiento del ingreso garantizado definido como: Un ingreso pagado por el Estado a cada miembro pleno de la sociedad de forma absolutamente incondicional. Lo que que implica que lo recibirá cada persona: a) incluso si no quiere trabajar; b) sin tener en cuenta si es rico o pobre; c) sin importar con quien vive; d) con independencia de la parte del país en la que viva.
Una
renta que no tenga la contrapartida del trabajo suscita abundantes
críticas nucleadas en torno al tópico fácil de la holgazanería. Sin
embargo, el Nobel de Economía Herbert A. Simon sostiene que,
probablemente, no menos de un 90% de los ingresos generados en las
sociedades ricas depende no de la productividad individual, sino del
capital social. De manera que no carecería de fundamento moral abogar
por un impuesto sobre la renta con tipos elevados, que devolviera la
riqueza a sus auténticos propietarios: el cuerpo social en su conjunto.
Las
amplias discusiones celebradas a nivel académico demostraron que las
objeciones a la propuesta de una Renta Básica Universal carecían de
solidez en el plano ético. Entonces, los detractores de la misma echaron
mano del argumento económico: “Es de todo punto inviable, dado que su
aplicación supondría un 12% del PIB”, según algunos calcularon con no
demasiado rigor. Pero esa cifra se convirtió en un estereotipo que sería
repetido hasta la saciedad por políticos desinformados, editorialistas
temerarios, economistas frívolos y otros especialistas en confundir a la
opinión pública.
Todos
ellos debieran aprender ahora a echar las cuentas con mayor rigor. Pues
los planes aprobados por el Gobierno de España para inyectar liquidez y
subsidiar con avales al sistema bancario suponen un desembolso por
parte del Erario público de 150.000 millones de euros, es decir, un 15%
del PIB. Lo que ha venido a derrumbar el argumento de la inviabilidad
presupuestaria de la Renta Básica. Si socorrer a los banqueros,
principales responsables de la crisis económica, no plantea un gran
problema a las arcas del Estado, entonces, también una Renta Básica es
posible, al menos desde el punto de vista macroeconómico.
Dicen
que las épocas de crisis son también épocas de oportunidades. Estamos
ante una excelente oportunidad para aliviar las consecuencias de la
crisis a quienes más lo necesitan: aquellos que siempre viven en crisis.
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Artículo publicado originalmente en Carnet de Paro
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