domingo, 23 de febrero de 2014

¡Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros!

De entrada, la Renta Básica de Ciudadanía tiene dos obstáculos que salvar. El primero, que no se explica en 10 minutos; y el segundo, que la derecha enseguida comprende de qué estamos hablando, pero la izquierda, o al menos una parte de ella, no.



JOSÉ MARÍA HERREROS

A raíz de la campaña y posterior presentación de una ILP por una Renta Básica de Ciudadanía o Universal, se han producido una serie de reacciones, que no debate, que confirman algunas de las dificultades que esta propuesta tiene para ser conocida y, por tanto, entendida. Como Daniel Raventós suele comentar, la Renta Básica de Ciudadanía (RBC), de entrada, tiene dos obstáculos que salvar. El primero, que no se explica en 10 minutos; y el segundo, que la derecha enseguida comprende de qué estamos hablando, pero la izquierda, o al menos una parte de ella, no, a juzgar por algunas de las afirmaciones que venimos escuchando.

Sirva como ejemplo de desconocimiento de la propuesta de RBC el último artículo publicado en esta web por el portavoz del Sindicato de Técnicos de Hacienda, que de haberse molestado en profundizar, solo mínimamente, no se habría hecho trampas en el solitario al calcular el coste que supondría su implantación. Parece que no ha tenido en cuenta que, tanto subsidios como pensiones, se solaparían parcial o totalmente con la implantación de la RBC. Como suele decirse en el mundillo del periodismo, no dejemos que la realidad arruine un buen titular.

Estiman los técnicos de Hacienda que su implantación limitada a las personas en riesgo de pobreza supondría el 40% del total de la recaudación, pero advierten de que, en el mejor de los casos, deja escaso margen para seguir prestando los servicios públicos. Como si ambas prestaciones fueran incompatibles o excluyentes. Otra muestra más de lo que algunos detractores de la RBC vienen argumentando en su contra, que no hace sino demostrar su profundo desconocimiento de esta medida. La RBC no se concibe al margen de un sistema que no garantice plenamente otros derechos tales como la educación, sanidad, vivienda digna, pensiones… Por ello, quienes la defendemos luchamos también, y en primer lugar, por esos derechos fundamentales. Porque podríamos tener garantizados todos estos derechos de una forma retórica, y no tener asegurada la existencia por carecer de unos ingresos mínimos, más en una situación como la que actualmente vivimos en la que el hecho de tener un empleo no garantiza ya la salida de la situación de pobreza.

Al menos, estos técnicos críticos, citan en su escrito que, para adoptar medidas de este tipo: "habría que mejorar la eficacia de nuestro sistema tributario y reducir al menos a la mitad nuestro volumen de economía sumergida para contar con más recursos públicos". Por ahí van los tiros y es por donde hay que deshacer equívocos engañosos. La cuestión no es el gasto, sino el ingreso necesario para cubrirlo cuando además se trata de derechos fundamentales.

Siguiendo con el argumentario esgrimido por los que se oponen a la RBC, llegamos al trabajo. Trabajo como factor de equilibrio económico y social. "Hay que luchar por el pleno empleo", nos gritan (no conozco las razones, pero en los diferentes foros a los que hemos acudido para debatir sobre la RBC, quienes utilizan este mantra nos lo comunican siempre gritando) para concluir que eso de la RBC es una utopía. "Seamos realistas: pidamos la utopía", dan ganas de responder, si no fuera porque hoy resulta más utópico aspirar al pleno empleo sabiendo como sabemos que el desempleo hace tiempo que dejó de ser un fenómeno coyuntural para pasar a ser estructural.

Desde algunos ámbitos del movimiento feminista también se criminaliza la RBC. Entre sus ‘efectos perversos' se incluiría el ‘desincentivar la participación laboral de las mujeres que, más afectadas por la precariedad, los bajos salarios y la falta de reparto del trabajo de cuidados, podrían abandonar el mercado de trabajo con más facilidad y volver al hogar'. Hay que reconocer que en determinadas situaciones esto pasaría. Muchos hombres y mujeres dejarían sus trabajos precarios y se quedarían en casa... o no. En otros casos la RBC serviría para poder terminar con situaciones en las que la dependencia económica determina y mantiene relaciones no deseadas. En cualquier caso, los defensores de la RBC luchamos también por una igualdad real y no cabe culpabilizar a la RBC del machismo imperante. Ni de otras muchas cosas. No olvidemos que es una propuesta que aún no se ha materializado.

La propuesta rompe con el principio de ‘a cada cual según sus necesidades y de cada cual según sus capacidades' declaran eminentes economistas. ¿Quién decide lo que se espera de cada uno y lo que cada uno necesita? En cualquier caso y una vez llegados a este estado ideal, estaríamos dispuestos a  debatir sobre la conveniencia o no de su mantenimiento.

Todo esto  y algunas cosas más se han podido leer en estos días a raíz de la presentación de la citada ILP. Pero algo hemos ganado, hay que reconocerlo. Ya no se dice que la RBC crearía vagos o que desincentivaría la búsqueda de empleo. A golpe de realidad hemos superado esta barrera. Ahora estamos en la segunda fase  que debería finalizar en el momento en que se pasa de la negación a decir que llevamos razón, pero que no se puede. Es en ese momento, según Susan George, cuando te das cuenta de que has ganado. Porque si el problema es técnico, tiene solución.

Y como se trata de que esta propuesta se conozca un poco mejor para que los debates se aborden desde supuestos reales, aquí quedan algunos puntos tomados del libro La renta básica como nuevo derecho ciudadano, uno de los muchos que sobre RBC se han escrito.

La RBC consiste en una prestación económica universal e incondicional capaz de garantizar, junto a la ciudadanía jurídica, la plena ciudadanía económica y social y el disfrute pleno de las libertades civiles.

Lejos de ser una propuesta utópica es una medida de intervención económica acorde con el actual modelo de acumulación flexible, que se manifiesta más realista hoy que en periodos anteriores.

Es una medida de política económica reformista radical y no de transformación, aunque algunas de sus potencialidades podrían suponer una autentica transformación social y económica. Es una propuesta parcial, no exhaustiva, y por consiguiente no contradictoria con otras propuestas de reformismo radical, como la reducción de los tiempos de trabajo, el desarrollo de mecanismos de autoorganización social, la puesta en marcha de nuevas formas y nuevas fuentes de empleo, mayor participación política y ciudadana,  etc.

Es un instrumento de contrapoder frente a la capacidad del dinero de discriminar entre quienes detentan la propiedad de los medios de producción y quienes solo disponen de su fuerza de trabajo. También frente a las actuales formas de exclusión social y dirigida a aumentar la autonomía subjetiva y a propiciar la liberación de la coerción del trabajo precario, obligatorio y predeterminado.

No guarda ninguna relación con el salario o con el proceso de acumulación del cual éste depende, aunque sería un factor determinante en la negociación salarial.

Y dejamos para el final lo más importante: la RBC no es un sustituto del Estado social sino un complemento del mismo.

Partiendo de estas premisas, bienvenido sea el debate sobre la RBC y su transversalidad. En el Observatorio de RBC de Attac Madrid, uno de los foros desde los que tratamos de explicar y difundir esta propuesta, estaremos encantadas y encantados de hacerlo.